Jordi Teixidor es una figura destacada de la abstracción en el Estado español. A mediados de los años sesenta entra en contacto con Fernando Zóbel, Gustavo Torner y Gerardo Rueda, pertenecientes al llamado “grupo de Cuenca”. Durante la siguiente década viajará a Nueva York, donde conocerá de primera mano la pintura estadounidense de los cincuenta, y quedará marcado, fundamentalmente, por la obra de Rothko, Newman y Ad Reinhardt. Así, sus pinturas parten del minimalismo y la geometría entendida como organizadora de las formas plasmadas en el lienzo, siendo ejemplos las series casi monocromas de blancos y amarillos, formadas por bandas rectas. En 1982 se instala en Madrid, y tiene lugar una etapa “colorista” y más gestual, a la que se opone su trabajo de los noventa, cuando domina el uso del negro. Las series son una constante a lo largo de su trayectoria, expresión del carácter autoexigente del pintor, que explora una misma temática hasta agotarla. A su vez, su abstracción, como la del mencionado Rothko, Malevich o Mondrian, se vincula a la espiritualidad y la reflexión, invitando al espectador al recogimiento y el silencio. No es extraño, por eso, que su obra tenga estrechos lazos con la poesía, la música y la filosofía.