Joan Miró se adentró en la pintura figurativa inspirado por los viajes a Mont-Roig del Camp. En 1918 la Sala Dalmau de Barcelona le dedica la primera exposición y dos años más tarde Miró se va a París, donde pronto entra en contacto con movimientos de vanguardia que influencian su trabajo, como el cubismo o el fauvismo. Su obra se fue depurando técnicamente y formalmente hacia composiciones de inspiración surrealista pero a través de un lenguaje único y personal, con componentes abstractos y poéticos, y con un gran interés por la tierra y los objetos cuotidianos. La obra Peinture, realizada por Miró cuando permanecía en París, coincide con este periodo y es un ejemplo de este postulado estético. En el año 1940 Miró vuelve a España y vive entre Mont-Roig del Camp y Palma de Mallorca, donde en la década de los cincuenta su amigo Josep Lluís Sert proyecta y construye su estudio definitivo. La participación de Miró en el Pabellón de la República de 1937 en París y la exposición retrospectiva que el MoMA de Nueva York le organiza en el año 1941 contribuyen a ampliar el reconocimiento internacional del artista.